El sexo existe

         Con la aprobación de la llamada “Ley trans” en el Senado esta semana y su retorno al Congreso para su aprobación definitiva se están superando todas las barreras para su aprobación por urgencia.

         Una ley que para lograr su aprobación ha usurpado el debate parlamentario al no haber permitido en su tramitación la comparecencia de personas expertas que pudieren expones las consecuencias de su aplicación, sobre todo en menores, pero también en adultas.

         Una ley que borra de un plumazo los efectos de la ley orgánica para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres que tantos esfuerzos costó a tanta gente y cuya aplicación consiguió, entre otras cosas, la casi paridad en listas electorales, la desagregación por sexos de los datos importantes como los de paro, empleo, expectativas de vida, etc. y que con la desaparición del factor “sexo” van a ser ninguneados y troceados para quedar sin valor.

         Porque les guste o no a quienes, desgraciadamente para las mujeres y las niñas, han promovido esta ley, el sexo sigue y seguirá existiendo por mucho que nos quieran imponer el género como categoría social. Las mujeres seguiremos siendo mujeres les pese a quien les pese. Y nuestra capacidad de gestar o no y al menos de momento, la seguiremos teniendo solo nosotras. Insisto tanto siles gusta como si no.

         Podrán disfrazar la realidad material de la categoría “sexo” como les dé la gana, pero pese a todos sus esfuerzos, seguirá siendo una realidad material.

         Por mucho que se esfuercen en inventar una neolengua que intente borrar a las mujeres, como de hecho ya está ocurriendo, seguiremos estando ahí y reivindicando la superación de las desigualdades que sufrimos por haber nacido mujeres. Y a las mujeres lesbianas les vamos a tener que prestar una especial atención, como también estamos ya viendo por los efectos de los derechos que se van a otorgar a algunas personas en base a sus deseos.

         Y volvemos a la imposición de los deseos sobre los derechos de más de la mitad de la población que somos las mujeres. Deseos que ponen en peligro la dignidad y los derechos de todas las mujeres y las niñas. Deseos de una escandalosa minoría que van a dañar sus cuerpos permanentemente y a destrozar sus vidas al quedar sujetos a medicación crónica sin necesidad previa.

         Deseos que van a condicionar los espacios de seguridad de las mujeres al tenerlos que compartir con quienes “se sienten” mujeres sin serlo como vestuarios, aseos, etc. por no hablar de los módulos de las mujeres en las cárceles en los cuáles van a poder tener entrada y libre acceso a los cuerpos de las mujeres los varones que se “sientan” mujeres porque con su simple deseo bastará para serlo.

         Tiempos de distopías gracias a una izquierda que ha acudido a satisfacer los deseos de una minoría caprichosa y adicta al neoliberalismo más consumista, incluso de cuerpos humanos, en lugar de atender las necesidades de igualdad real de más de la mitad de la población que somos las mujeres. Y que han utilizado los medios económicos e institucionales que deberían haber sido utilizados para combatir las violencias machistas por ejemplo, para impulsar políticas que nada tienen que ver con ello y que incluso las potencian aunque sea de manera indirecta.

Triste realidad la que nos toca vivir a las mujeres atrapadas entre la distopía promocionada por una izquierda posmoderna y chupiguay con mucho brilli brilli pero sin fundamento y la ultraderecha que pretende hacer retroceder nuestros derechos ya, al menos teóricamente, consolidados.

No será este momento histórico recordado con cariño por quienes aspiramos a que el futuro para nuestras niñas sea mejor que el nuestro.

Me siento, como ya he dicho en numerosas ocasiones, traicionada por esta izquierda desnortada que no ha dudado en venderse a los intereses de grandes multinacionales farmacéuticas y médicas que son las que verdaderamente van a ganar con la aprobación de esta ley distópica.

Y, si siempre hemos mirado a los países nórdicos en cuestiones de derechos sociales, ¿Por qué no los observan ahora que, al comprobar los daños colaterales de la aplicación de este tipo de leyes, están dando marcha atrás? Todavía es posible no cometer este error histórico de intentar borrar la realidad material del sexo por la del género sentido. Todavía y con voluntad política se podría parar esta locura. Pero mucho me temo que, de nuevo, la arrogancia y la prepotencia de algunas se van a imponer.

Solo me queda recordar que el feminismo no vota a traidores. Y que la izquierda posmoderna chupi guay nos ha traicionado a las mujeres y al feminismo. Y quiero admitir que siento mucho dolor y mucha rabia al escribir que me siento traicionada por esa izquierda a quien jamás volveré a votar.

Porque les guste o no, el sexo como realidad material seguirá existiendo y las mujeres seguiremos siendo mujeres, aunque pretendan disfrazarlo de mil maneras. Aunque se inventen palabros o expresiones para no nombrarnos, seguiremos siéndolo siempre.

Insisto: Feminismo no vota a partidos que nos han traicionado. Y estamos en año electoral. Antes voto nulo que votar a quien nos ha traicionado desde la izquierda.

Ben cordialment,

Teresa

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Normalizado

        

Esta semana hemos comprobado cómo se abrieron todos los informativos de radio, Tv así como los periódicos llevaban a sus portadas de papel y digitales con el asesinato de un sacristán en Algeciras a manos de un joven musulmán.

         Ha habido declaraciones de toda clase por parte de la gente que se dedica a la política, a los medios de comunicación, a las tertulias, etc. y en todos los sentidos. Incluso algunas de ellas daban verdadera vergüenza escucharlas.

         No seré yo quien diga que el asesinato de esta persona no haya sido importante, en absoluto. Por supuesto que lo es. Como todos los asesinatos y muertes violentas.

         Y digo esto, porque igual que me parece importante el asesinato de este sacristán de Algeciras, me parecen importantes todos y cada uno de los asesinatos de mujeres y criaturas por violencias machistas incluida la vicaria.

         Sin embargo, parece que se han normalizado estos asesinatos de mujeres y criaturas a manos de asesinos machistas. Que ya forman parte del “paisaje” habitual. Como si la muerte de tantas mujeres cada año fuera una especie de peaje que se tuviera que pagar para seguir avanzando, olvidándonos del sufrimiento previo de estas mujeres, así como del hecho de que tenían derecho a vivir una vida libre de violencias sin que nadie se la arrebatara, a su voluntad y sin las víctimas pudieran hacer nada.

         Y digo nada porque hasta los sistemas de protección están fallando. Desde las instituciones las animan a denunciar, como si fuera tan fácil, para después dejarlas a su suerte en demasiados casos.

         La ley de medidas de protección contra la violencia de género fue un gran avance, no lo niego en absoluto, pero tiene casi veinte años y la sociedad ha cambiado mucho en estos años, por tanto aquella “foto fija” del momento en que se aprobó ha cambiado. En lógica consecuencia, la ley habría que actualizarse.

         Así mismo habría que fiscalizar mejor el destino de los fondos del Pacto de Estado y vigilar que ese dinero cumple en realidad los objetivos a los que debería ir destinado. Invertirlo en prevención y sensibilización para avanzar en la erradicación de todas las violencias machistas y, como consecuencia, en evitar los asesinatos de mujeres y criaturas a manos de machistas recalcitrantes que temen perder el control sobre ellas.

         Normalizar estos asesinatos forma parte básica de otra estrategia que es la más peligrosa de todas: conseguir que se pierda importancia, de nuevo, de estos hechos socialmente y que, de ese modo, se deje de hablar de ellos y se invisibilicen. Forma parte de otro tipo de violencia machista: La estructural

         No podemos olvidar que la violencia estructural de género o machista es aquella que se ha ejercido a lo largo de la historia como consecuencia de la naturalización de las diferencias biológicas entre mujeres y hombres. Y que esa naturalización dio paso a las desigualdades que se asentaron en las diferentes sociedades e instituciones que las gobiernan.

         De ese modo era «natural» que las mujeres estuvieran fuera de los espacios de toma de decisiones de toda índole. Decisiones que también las afectaban.

         Esta forma de exclusión patriarcal ha tenido como consecuencia directa el no haber tomado en consideración las necesidades propias de las mujeres y niñas en temas muy variados de sus vidas y que hayan sido tratadas como un único «corpus» sin voz ni apenas presencia y teniendo que ser representados por los varones de las familias que, en demasiados períodos de la historia, las han tenido consideradas como seres de segunda clase a quienes podían usar y explotar a su antojo.

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El cuerpo de las mujeres

         No es la primera vez que escribo sobre este tema. El cuerpo de mujeres como arma de guerra, como campo de batalla, como materia prima para negocios ilícitos o incluso para sufragar la guerra de Ucrania.

         Hoy, una vez más quiero referirme a nuestros cuerpos de mujeres como espacio que, ahora, incluso quieren borrar y/o copiar de forma un tanto grosera, por decirlo de forma un tanto delicada.

         El cuerpo femenino nunca ha tenido gran importancia aparte de su capacidad de gestar para la sociedad. Ha servido, básicamente como un vehículo a través del cual someternos.

         Someternos con violaciones dentro y fuera del matrimonio o la pareja, con abusos, con intimidaciones y un largo etc. sobre el cual utilizar el poder patriarcal para dominarnos y, así, mantener el control a cualquier precio.

Esas son formas brutales, pero hay otras más sibilinas con las que ejercer ese mismo poder sobre nuestros cuerpos. Me refiero a las modas de cuerpos normativos delgados, casi esqueléticos, insanos pero que los grandes diseñadores de moda, casi todos hombres y misóginos, imponen para que se pueden lucir sus piezas exclusivas. I si no los cumples vienen las críticas, cuando no las burlas que emanan de esa misoginia generalizada.

Además, se suman factores como la gordofobia, cada día más extendida pero que, curiosamente se ceba en las mujeres y no en los hombres, otra forma de presión añadida sobre cómo hemos de ser para “teóricamente” gustarles, sin que importe nuestro estado de salud ni vuestro bienestar físico y emocional.

Y lo peor de esta nueva tendencia es que las mujeres, en general se han subido al carro y son muy pocas las que se aceptan y se quieren tal y como son. Y, como se puede imaginar, sé de lo que hablo. Y, de nuevo el patriarcado impone a las mujeres que juzguen los aspectos físicos de otras mujeres y las cuestionen para, así ganar alianzas y reforzarse.

Otra nueva tendencia que cuestiona nuestros cuerpos es la de disfrazarse de mujer y exigir ser tratadas como mujeres, sin más, como un simple deseo individual que se impone de forma individual y obviándolos siglos de luchas feministas que han impulsado que cada mujer se apropie de su propio cuerpo y decida sobre él por encima de instituciones políticas y religiosas.

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«Solo sí es sí»?

         Estamos en plena eclosión de los primeros y malos resultados de la llamada “ley de solo sí es sí”.

         No soy jurista y, por tanto, esa parte la voy a obviar, pero lo que no voy a hacer es no comentar los resultados. Aunque sea un poco prematuro.

         El movimiento feminista lleva muchos, muchos años denunciando que las violencias machistas no sólo asesinan físicamente a las mujeres y a las criaturas.

El próximo viernes conmemoramos un año más el Día Internacional contra las violencias contra las Mujeres. Y, según el portal Feminicidio.net, por violencias machistas de toda clase y, en lo que llevamos de año, han sido asesinadas 38 mujeres, según cifras oficiales; 2  mujeres no contabilizadas oficialmente; 20 asesinatos de mujeres a manos de familiares; 2 feminicidios infantiles; 7 feminicidios no íntimos; 3 asesinatos de mujeres por robos; 1 mujer asesinada por narcotráfico; 2 feminicidios sin datos suficientes y 1 menor asesinado en el marco de la violencia machista, lo que nos da un total de 76 asesinatos y feminicidios hasta el día seis de noviembre de este año.

         76 vidas humanas perdidas por culpa de un sistema opresor que mata, mutila, viola y agrede a mujeres y criaturas para poder seguir manteniendo sus privilegios.

         Recordemos que la más violenta, silenciosa y criminal de las violencias machistas, es la violencia estructural que, no solo atraviesa de forma transversal todas las estructuras de poder, sean estas económicas, políticas, judiciales, etc. También permite la reproducción de los estereotipos opresores a través de la socialización diferenciada que nos deja una marca indeleble de por vida tanto a hombres como a mujeres.

Y, como decía, la violencia estructural, también afecta a los poderes del Estado y los recorre pese a lo avanzado en los últimos años. De esa manera tanto a la hora de legislar como a la hora de aplicar esa legislación aprobada en el Parlamento, la mirada patriarcal implícita en la violencia estructural, vuelve a ejercer su poder sobre las mujeres. Y eso ocurre siempre que no se tenga la formación adecuada e, incluso teniéndola, a veces ocurre.

Tampoco podemos olvidar que ya son casi mil doscientas las mujeres asesinadas por violencias machistas las contabilizadas desde el año 2003, y, por tanto, solo así entenderemos la magnitud que este fenómeno tiene sobre la vida de las mujeres. Y, por tanto, lo que implica la correcta legislación de las normas y de la aplicación de las mismas leyes por parte de los agentes jurídicos implicados.

De lo contrario, volvemos a revictimizar a las víctimas una y otra vez, desde las propias instituciones que, teóricamente las deberías de proteger.

Quiero pensar que, con la aprobación de la Ley del “solo sí es si” se buscaba aumentar el grado de protección de las víctimas de violencias sexuales, pero, al menos hasta ahora, lo que se está consiguiendo, de nuevo, es proteger a los victimarios y revictimizar a las mujeres agredidas. De nuevo el patriarcado con todas sus armas buscando justificar a los agresores culpabilizando las mujeres de sus propias agresiones y sus consecuencias.

En feminismo no nos podemos permitir tener cortoplacismos. Hay que pensar a corto plazo, de acuerdo, pero sobre todo a medio y largo plazo. Y esto en política se ha de tener muy claro, puesto que de lo contrario nos podemos encontrar con que los plazos, medidos en tiempos electorales, se acaben volviendo en contra de las propias mujeres como ahora mismo estamos comprobando con la entrada en vigor de la ley antes mencionada.

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Por sus…narices!

         Como feminista radical (la que va a la raíz de las cosas) asisto – y escribo- sobre todo el proceso para la aprobación de la llamada Ley Trans.

         Me alucinan muchas cosas de este proceso como por ejemplo la falta de rigor democrático de quienes la proponen y que, al menos en teoría, deberían velar por el avance y consolidación de los derechos de las mujeres.

         Se ha perdido toda una legislatura sin apenas avanzar en derechos, porque salvo la ley llamada “Solo sí es sí” y con salvedades, no se ha desarrollado el Pacto de Estado contra las Violencia de Estado, cuyo impulso y compromiso era una cuestión de coherencia política. Y mientras a las mujeres nos siguen asesinando por ser mujeres. Y a las criaturas para, sobre todo, hacer daño a las madres.

         Todos los esfuerzos han estado dedicados a lograr derechos civiles para un porcentaje ínfimo de la población. Y siempre he dicho que todo lo que conlleve aumentar derechos civiles del conjunto de la población me parecerá siempre estupendo y plausible.

         Pero en este caso, el aumento de derechos para esa parte ínfima de la población que pretende convertir sus deseos en ley tiene una pega. Solo una, pero importantísima: Que esos derechos cercenan y de forma importante, los derechos de algo más de la mitad de la población que somos las mujeres.

         La cancelación en redes sociales, la cancelación de presentación de libros o de conferencias de grandes voces del feminismo, la propuesta de eliminar del Consejo de Estado de una de las principales voces feministas del Estado, así como la invención de una neolengua que pretende borrar la palabra MUJER de su particular diccionario, así como la violencia desatada contra las feministas en algunas concentraciones y/o manifestaciones da una idea de la virulencia de esos postulados, uno de cuyos gritos es “Kill de Terfs” o muerte a las Terfs que es la nueva forma de llamarnos al as feministas radicales. Antes nos llamaban feminazis, pero como he dicho antes, están inventando una neolengua posmoderna chupiguay y brilli brilli que todo lo quiere inundar.

         Es una verdadera pena y una estafa que quienes se decían desde la supuesta izquierda que venían a renovar la política y las instituciones hayan derivado en esto. En una nueva forma de sectarismo que pretende aprobar por urgencia una ley que puede cambiar a peor la vida de algo más de la mitad de la población y que además pretende borrar del diccionario la palabra MUJER, al querer negar el sexo biológico con el que nacemos hombres y mujeres y que es la fuente de la opresión histórica que sufrimos las mujeres.

         Y, nada más y nada menos que por sus…narices, pretenden sustituirlo por el “género sentido”. Ahí es nada.

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La mayor revolución silenciosa

         Aunque no lo parezca el feminismo no ha matado a nadie en sus casi tres siglos de existencia, o más. Mary Astell (1666-1731) ya dijo aquello de:” Si todos los hombres nacen libres, ¿Cómo es que todas las mujeres nacen esclavas?”. Como vemos, han pasado años, bastantes.

         Después han seguido llegando las diferentes olas feministas y, salvo alguna de las propias activistas por el voto en Gran Bretaña en la época de las sufragistas, como fue el terrible caso de Emily Wilding Davison que fue arrollada por el caballo del rey Jorge V en el Derby de Epsom el 4 de junio de 1913 y falleció a causa de este suceso cuatro días después, ninguna feminista ha asesinado a ningún hombre por ser machista o sano hijo del patriarcado.

         Hecho este pequeño apunte histórico, quiero referirme a los horrorosos hechos acaecidos el pasado dos de octubre en el Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid con sus gritos profundamente machistas y misóginos contra sus compañeras del Colegio Mayor Santa Mónica.

         Los estudiantes del colegio masculino Elías Ahuja se comportaron como buenos hijos del patriarcado, excusando tanto ellos como las estudiantes del colegio femenino Santa Mónica, esos gritos violentos y machistas, como parte de las tradiciones de los dos colegios mayores.

         Me he permitido el lujo de mirar los precios de las habitaciones de ambos colegios mayores y solo aparecen en el masculino. Y el precio con IVA de una habitación ronda los dos mil euros mensuales, exactamente mil novecientos noventa euros. Un precio que obviamente solo pueden pagar una élite económica que, a su vez forma parte de un grupo social favorecido económicamente bien por estirpe o bien por negocios que no siempre pueden ser tachados de lícitos.

En cualquier caso, esa élite, tanto los estudiantes como las estudiantes, forman parte de un grupo social que goza de unos privilegios que no todo el mundo pude tener. Y, por tanto, los van a defender. Y dentro de esos privilegios están esas “tradiciones” profundamente machistas y misóginas por parte de ambos sexos.

Si, porque si los estudiantes gritaron obscenidades contra las estudiantes, estas, también de clase acomodada, cuando vieron el revuelo mediático que se armó no dudaron en sacar un comunicado, “aceptando” las disculpas que se vieron obligados a pedir los estudiantes, pero, al tiempo justificando las agresiones verbales dentro de las “tradiciones” de ambos colegios mayores.

Y volvemos a las tradiciones, como si estas no pudieran evolucionar con los tiempos e incorporar nuevos modelos sociales de respeto e igualdad entre los sexos sin buscar la ofensa verbal i las amenazas de violaciones vertidas a voz en grito.

Al final vemos que, por muchas disculpas que se pidan y que sean aceptadas, esta gente de élites vive en sus mundos en los que la evolución hacia modelos más igualitarios y menos asimétricos son algo que, al parecer no les atañe y que, por tanto, no va con ellos ni ellas.

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De vuelta y con ganas

         Pues sí, se acabó el tiempo de descanso y ya estoy de nuevo aquí. Ese tiempo de descanso se acabó, pero los problemas de las mujeres del mundo siguen, en el mejor de los casos, igual que estaban a finales de julio. Y, en algunos casos incluso se ha empeorado.

         En el Estado Español, la “avería” que ha generado el Ministerio de Igualdad con la tramitación por la vía de urgencia de la llamada Ley Trans que impide la audiencia de personas expertas en la materia y sus consecuencias es, directamente, un atentado contra los derechos de la mitad de la población que somos las mujeres, a quienes se nos pretende borrar incluso el nombre.

         Con el neolenguaje inventado por una camarilla al servicio de grandes grupos de presión farmacéuticos i de clínicas privadas, se pretende desdibujar, cuando no directamente eliminar la palabra “mujer” como realidad material explícita.

         El personal sanitario redactó un manifiesto al que pidieron que no sumáramos todas las personas que no estuviéramos de acuerdo con la aprobación de dicha ley y así lo hicimos mucha gente. Gente que está siendo ninguneada por el Ministerio que, presuntamente, debería velar por los derechos de las mujeres.

         Cuando un grupo minoritario de personas, un colectivo relativamente pequeño pretende imponer que sus deseos sean convertidos en Ley, pasándose por el arco del triunfo los derechos de más de la mitad de la población que somos las mujeres, algo no se está haciendo bien.

         Y eso genera indefensión a muchos colectivos y, sobre todo, pone en peligro grave a las mujeres que sí perdemos derechos. Y eso sin contar con la misoginia y lesbofobia que está generando, puesto que cuando una mujer lesbiana no quiera tener relaciones con un hombre autodefinido como mujer, puede ser tachada de tránsfoba con las consecuencias de linchamiento público y privado que ello conlleva.

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Violencia institucional machista

         Desde hace unos años he defendido que el término “violencia de género” escondía muchos tipos de violencias y que, por eso, prefería utilizar el de “violencias machistas” porque engloba muchos más tipos de violencias que sufrimos las mujeres.

         Acaba de entrar en prisión María Salmerón por defender a su hija de su padre maltratador y con sentencia de veintiún meses de prisión por violencia de género y que no ha cumplido jamás.

         Sin embargo, María Salmerón, víctima de este maltratador condenado tuvo que entrar el pasado nueve de junio por proteger a su hija de su padre maltratador. A esto se le llama o, al menos yo se lo llamo, violencia institucional machista que, apoyada por una justicia patriarcal, consigue revictimizar a las mujeres en lugar de poner el foco en los maltratadores.

         Se han convocado decenas de actos para exigir la puesta en libertad inmediata de María para este lunes a las puertas de los ayuntamientos, en mi ciudad, Ontinyent, será a las 20 horas y, por supuesto, acudiré. Pero el mal ya está hecho porque no se ha impedido la entrada en prisión de una mujer cuyo único delito ha sido proteger a su hija y evitarle todo el dolor posible para que fuera feliz, dentro de las circunstancias.

         Hace falta mucha pedagogía feminista todavía en espacios como la justicia para desmontar la histórica desigualdad acumulada contra las mujeres y cuyo resultado seguimos pagando con violencias como la ejercida contra María.

         Denunciar las estructuras patriarcales que justifican y amparan este tipo de situaciones es urgente. En algunos casos, nos va la vida en ello, porque a María le van a robar seis meses de su vida. Seis meses que, gracias a su agresor y a quienes le amparan y justifican y a estructuras políticas y judiciales claramente patriarcales, que también hay que decirlo, van a conseguir ejecutar una injusticia de tal magnitud que va a necesitarse mucha reparación para salvar esta gran injusticia cometida con María.

         La legalidad no siempre va de la mano de la justicia. Y, sobre todo, cuando de asuntos de mujeres se trata. Lo vemos a diario. Vemos como se intenta por todos los medios mantener “a salvo” los privilegios patriarcales a costa de la vida de las mujeres.

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Complicidades masculinas

         En demasiadas ocasiones en los medios de comunicación escucho a los hombres condenar los asesinatos machistas con mucha contundencia. Y me alegro cada vez que los escucho. Suelen ser políticos cuando asesinan a alguna de sus convecinas o algún que otro presentador de informativos que, cunado da la noticia del asesinato de una mujer o la violación grupal de mujeres, se le nota la rabia e, incluso en algunos momentos, la deja ir llegando a ser “políticamente incorrecto” en los calificativos que dedica al agresor o al asesino. No voy a negar que me alegra.

         Pero salvo honrosas excepciones, ¿Dónde están los hombres?, ¿Dónde sus denuncias de estos asesinatos, violaciones etc.?, ¿Dónde están sus voces de condena contundente ante chistes machistas, imágenes que denigran o cosifican a las mujeres? No, no están, salvo, insisto, honrosas excepciones.

         Y no están, porque significaría renunciar a sus privilegios y eso no nos gusta a nadie.

         Significaría, además, romper con las complicidades tejidas con otros hombres con los que compartir privilegios y salirse de un sistema que se sostiene gracias a esos privilegios y al sostén y protección que entre ellos se procuran.

         Y lo vemos claramente en la aplicación de leyes sobre delitos cometidos contra la integridad física o emocional de las mujeres cuando siempre hay alguien que cuestiona las voces femeninas para favorecer las masculinas.

         Lo vemos también en la difusión de ese mismo tipo de noticias y en cómo las mujeres, incluso con las que tienen responsabilidades públicas, en algún momento son calificadas en base a sus atuendos y no a sus buenas o malas praxis. Y eso nunca ocurre con los hombres.

         También lo vemos en mas manifestaciones y declaraciones contra el sistema prostitucional en donde las voces de los hombres, prácticamente en su conjunto, desaparecen. No conozco ni a un solo hombre que reconozca haber consumido mujeres y, sin embargo, el Estado Español es el mayor consumidor de mujeres de toda Europa y el tercero del mundo. Las complicidades masculinas en este tema en concreto son, al menos para mí, alarmantes.

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Porque fueron, somos. Y porque somos, serán

         Hace una semana estuve dando una charla a adolescentes de entre catorce y dieciséis años sobre los micromachismos como una forma de entrada a las violencias machistas.

         Fueron dos horas muy intensas. Mucho. Los chicos adolescentes y algunas chicas también se sintieron atacados. Y eso que comencé mi intervención diciendo claramente que lo que íbamos a tratar no iba con ellos ni por ellos. Pero ni aún así, no hubo manera.

         Durante mi exposición, ya comenzaron los comentarios fuera de tono, los intentos de intervención, etc. Pero fue en el turno de preguntas cuando surgió el aluvión de críticas a lo expuesto, cuestionando incluso con malas formas, algunas de las frases que contenía el material expuesto. Tuve que repetir incesantemente a lo largo de todo ese tiempo que, cuando formularan su pregunta o duda, buscaran sumar para seguir aprendiendo en comunidad, pero no pudo ser.

         Durante la comida con las amigas que habían organizado el encuentro estuvimos comentando lo ocurrido y todas coincidimos en lo duro que resulta ver cómo, después de casi veinte años de la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 sobre medidas de protección contra la violencia de género que, entre otras medidas, contempla la sensibilización en todos sus aspectos y niveles, nuestra adolescencia siga con un discurso tan negacionista.

         Obviamente las feministas no vamos a cejar en nuestra tarea transmisora de los valores necesariamente igualitarios en nuestra sociedad. Y, obviamente también, la gente adolescente que acudió a la charla, y pese a todas sus resistencias, estoy completamente convencida que alguna cosa retendrá en su memoria incluso en el futuro. Sencillamente porque expuse bastantes ejemplos de situaciones en donde se dan micromachismos de forma cotidiana que pueden acabar derivando en cualquier tipo de violencia machista que vivimos de forma habitual las mujeres. Y, sobre todo las chicas, recordarán alguna cosa en un futuro próximo.

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Alicia Murillo Ruiz

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