Normalizado

        

Esta semana hemos comprobado cómo se abrieron todos los informativos de radio, Tv así como los periódicos llevaban a sus portadas de papel y digitales con el asesinato de un sacristán en Algeciras a manos de un joven musulmán.

         Ha habido declaraciones de toda clase por parte de la gente que se dedica a la política, a los medios de comunicación, a las tertulias, etc. y en todos los sentidos. Incluso algunas de ellas daban verdadera vergüenza escucharlas.

         No seré yo quien diga que el asesinato de esta persona no haya sido importante, en absoluto. Por supuesto que lo es. Como todos los asesinatos y muertes violentas.

         Y digo esto, porque igual que me parece importante el asesinato de este sacristán de Algeciras, me parecen importantes todos y cada uno de los asesinatos de mujeres y criaturas por violencias machistas incluida la vicaria.

         Sin embargo, parece que se han normalizado estos asesinatos de mujeres y criaturas a manos de asesinos machistas. Que ya forman parte del “paisaje” habitual. Como si la muerte de tantas mujeres cada año fuera una especie de peaje que se tuviera que pagar para seguir avanzando, olvidándonos del sufrimiento previo de estas mujeres, así como del hecho de que tenían derecho a vivir una vida libre de violencias sin que nadie se la arrebatara, a su voluntad y sin las víctimas pudieran hacer nada.

         Y digo nada porque hasta los sistemas de protección están fallando. Desde las instituciones las animan a denunciar, como si fuera tan fácil, para después dejarlas a su suerte en demasiados casos.

         La ley de medidas de protección contra la violencia de género fue un gran avance, no lo niego en absoluto, pero tiene casi veinte años y la sociedad ha cambiado mucho en estos años, por tanto aquella “foto fija” del momento en que se aprobó ha cambiado. En lógica consecuencia, la ley habría que actualizarse.

         Así mismo habría que fiscalizar mejor el destino de los fondos del Pacto de Estado y vigilar que ese dinero cumple en realidad los objetivos a los que debería ir destinado. Invertirlo en prevención y sensibilización para avanzar en la erradicación de todas las violencias machistas y, como consecuencia, en evitar los asesinatos de mujeres y criaturas a manos de machistas recalcitrantes que temen perder el control sobre ellas.

         Normalizar estos asesinatos forma parte básica de otra estrategia que es la más peligrosa de todas: conseguir que se pierda importancia, de nuevo, de estos hechos socialmente y que, de ese modo, se deje de hablar de ellos y se invisibilicen. Forma parte de otro tipo de violencia machista: La estructural

         No podemos olvidar que la violencia estructural de género o machista es aquella que se ha ejercido a lo largo de la historia como consecuencia de la naturalización de las diferencias biológicas entre mujeres y hombres. Y que esa naturalización dio paso a las desigualdades que se asentaron en las diferentes sociedades e instituciones que las gobiernan.

         De ese modo era «natural» que las mujeres estuvieran fuera de los espacios de toma de decisiones de toda índole. Decisiones que también las afectaban.

         Esta forma de exclusión patriarcal ha tenido como consecuencia directa el no haber tomado en consideración las necesidades propias de las mujeres y niñas en temas muy variados de sus vidas y que hayan sido tratadas como un único «corpus» sin voz ni apenas presencia y teniendo que ser representados por los varones de las familias que, en demasiados períodos de la historia, las han tenido consideradas como seres de segunda clase a quienes podían usar y explotar a su antojo.

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Violencia institucional machista

         Desde hace unos años he defendido que el término “violencia de género” escondía muchos tipos de violencias y que, por eso, prefería utilizar el de “violencias machistas” porque engloba muchos más tipos de violencias que sufrimos las mujeres.

         Acaba de entrar en prisión María Salmerón por defender a su hija de su padre maltratador y con sentencia de veintiún meses de prisión por violencia de género y que no ha cumplido jamás.

         Sin embargo, María Salmerón, víctima de este maltratador condenado tuvo que entrar el pasado nueve de junio por proteger a su hija de su padre maltratador. A esto se le llama o, al menos yo se lo llamo, violencia institucional machista que, apoyada por una justicia patriarcal, consigue revictimizar a las mujeres en lugar de poner el foco en los maltratadores.

         Se han convocado decenas de actos para exigir la puesta en libertad inmediata de María para este lunes a las puertas de los ayuntamientos, en mi ciudad, Ontinyent, será a las 20 horas y, por supuesto, acudiré. Pero el mal ya está hecho porque no se ha impedido la entrada en prisión de una mujer cuyo único delito ha sido proteger a su hija y evitarle todo el dolor posible para que fuera feliz, dentro de las circunstancias.

         Hace falta mucha pedagogía feminista todavía en espacios como la justicia para desmontar la histórica desigualdad acumulada contra las mujeres y cuyo resultado seguimos pagando con violencias como la ejercida contra María.

         Denunciar las estructuras patriarcales que justifican y amparan este tipo de situaciones es urgente. En algunos casos, nos va la vida en ello, porque a María le van a robar seis meses de su vida. Seis meses que, gracias a su agresor y a quienes le amparan y justifican y a estructuras políticas y judiciales claramente patriarcales, que también hay que decirlo, van a conseguir ejecutar una injusticia de tal magnitud que va a necesitarse mucha reparación para salvar esta gran injusticia cometida con María.

         La legalidad no siempre va de la mano de la justicia. Y, sobre todo, cuando de asuntos de mujeres se trata. Lo vemos a diario. Vemos como se intenta por todos los medios mantener “a salvo” los privilegios patriarcales a costa de la vida de las mujeres.

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Descubrimiento

         Seguramente habrá quien piense, cuando lea esto que soy una ignorante. Vale, lo soy, pero también me considero curiosa y gracias a esa mezcla sigo disfrutando mucho con cada aprendizaje.

         ¿Qué por qué cuento esto? Por que hace relativamente pocos días estaba leyendo cosas por Twitter y tropecé con una información que me llevó a leer todo el hilo. Hablaba de cómo mujeres británicas y, después de que su selección de fútbol perdiera la Eurocopa ante Italia, abrían las puertas de sus casas a otras mujeres para protegerlas de las violencias machistas que se iban a generar tras la frustración de haber perdido la Eurocopa de fútbol.

         Me quedé pasmada. Nunca se me había pasado por la cabeza, así en frío, que esto pudiera pasar. Pero pasa y los agresores machistas usan a sus mujeres como saco de boxeo para liberar su frustración, perdiendo por completo el control de la situación ante una simple pérdida de un partido de fútbol. No consigo entenderlo. Igual es que nunca ha habido en mi vida ninguna persona con esa pasión por el fútbol y al mismo tiempo, baja tolerancia a la frustración.

         Esto ilustra a la perfección la esencia misma de las violencias machistas y el mito de las medias naranjas que sustenta al amor romántico. Pero también pone de manifiesto la aceptación generalizada de que nuestras vidas de mujeres son vidas de segunda o de tercera categoría que se pueden usar a conveniencia del agresor, sea este marido, novio, amante, etc.

         La cultura de la violencia de los campos de fútbol va más allá, como, al menos yo he comprobado hace poco. La masculinidad tóxica impuesta y vivida a lo largo de los siglos, sigue vigente en nuestros días. Un poco más disfrazada si se quiere, pero igual de violenta para con las mujeres.

         Y otra evidencia de lo poco que importan nuestras vidas. Se produce un asesinato de un joven por su orientación sexual y las redes arden, surgen manifestaciones espontáneas por todo el Estado, altares en su memoria, reivindicación de su memoria y repetición hasta la saciedad de su nombre, etc. Asesinan a dos mujeres el mismo día y solo se las nombra por las ciudades donde han sido, en el mejor de los casos asesinadas cuando no muertas, algún minuto de silencio en sus comunidades y algún tuit por parte de altas responsable de igualdad. Nada más. Judicialmente se investigará, faltaría más, pero ni arden las redes, ni se reivindica su memoria, ni manifestaciones espontáneas. Nada.

         El patriarcado y sus correligionarios posmodernos chupi guays, junto con un capitalismo salvaje están consiguiendo naturalizar esas muertes, adormecer conciencias para que, como el título de la película que interpretaba la gran Bardem, “Nadie se acordará de nosotras cuando hayamos muerto”.

         Solamente el movimiento feminista radical, el que va a las raíces de los problemas, sigue denunciando las violencias machistas y exigiendo reformas de calado a nivel social y jurídico para proteger las vidas de las mujeres ante sus agresores y asesinos que duermen con ellas. Solo las feministas, como hicieron las británicas, claman y abren puertas para proteger a nuestras hermanas de las agresiones de quien dijo amarlas y protegerlas. A ellas y a sus criaturas, claro.

         Desde el feminismo exigimos respeto y una vida sin ningún tipo de violencias. Desde el feminismo denunciamos las actuales políticas de un Ministerio que no atiende las necesidades de las mujeres. Que no ha escrito ni una sola letra ni ha trabajado ni un solo minuto en la abolición de la prostitución, dejando en situación de esclavitud sexual y de violencia extrema a decenas de miles de mujeres y en un limbo la reproducción reproductiva de la compraventa de criaturas a través de los vientres de alquiler. Un Ministerio que no ha legislado ni una sola letra sobre educación sexoafectiva de nuestras criaturas y que está permitiendo que la pornografía sea la escuela de nuestra niñez y adolescencia. Una pornografía que violenta los cuerpos de las mujeres e incluso niñas y que sigue creciendo exponencialmente basándose en la violencia sexual sobre las mujeres.

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Sorpresas

         Esta semana estaba corrigiendo los ejercicios de un curso que estoy impartiendo para el personal docente sobre micromachismos y me encontré con dos ejercicios que me causaron mucho dolor.

El primero de ellos era de una alumna de unos cincuenta años y en él relataba como su padre había abusado de su madre y de ella durante su infancia y cómo se había sentido de sola y de desamparada. No podía recurrir a su propia madre para que la amparara porque se encontraba en la misma situación y cuando se lo contó, solo tuvo por única respuesta “Somos mujeres y ellos se comportan así habitualmente. Es su naturaleza”.

Esta mujer, entonces niña, tuvo que aguantar que su padre se metiera en su cama durante años hasta que pudo escapar de su pueblo porque encontró trabajo en una cafetería que le permitió independizarse y pagarse una matrícula universitaria y, de ese modo, poder estudiar una carrera compatibilizando trabajo y estudios.

La peor parte, por lo visto, se la llevó su madre, a quien el salvaje de su marido le hizo pagar la huida de la hija de ambos con palizas y violaciones sistematizadas hasta que la mujer, en una de las palizas perdió la vida. Pero nadie se extrañó. Todo el mundo lo sabía y nadie hizo nada.

Mi alumna, por lo que relata, nunca volvió a ver a su padre. No fue ni al funeral de su propia madre con tal de no verle. Luego asistió en solitario al cementerio y se despidió de ella en la más estricta soledad.

Hoy es una profesora ilusionada por enseñar a su alumnado cómo la historia ha negado la presencia de las mujeres y en cómo es necesaria la reivindicación de su memoria histórica. Ha descubierto que los hombres no son bestias como su padre, quien ya falleció y de quien no quiso despedirse, y es madre de una hija y un hijo a quienes educa como ciudadanía libre y respetuosa con todo el mundo, sobre todo con las mujeres más vulnerables tengan el origen que tengan. Más

«Me too»

         Al parecer está a punto de comenzar el juicio contra Harvey Weinstein, el productor de cine norteamericano que acosó a mujeres del cine y que originó el despertar del feminismo en Hollywood que dio paso al movimiento «Me Too» que se convirtió en mundial.

Las mujeres que se enfrentaron a este magnate del cine americano sufrieron y sufren presiones por parte de los defensores de este hombre. Pero el «Me too» quizás sin buscarlo en sus inicios, empoderó a las mujeres a denunciar a quienes hasta entonces pensaban que eran intocables por acosar y abusar de las mujeres cuándo y cómo les viniera en gana.

Pero este es solo un caso más de los abusos de hombres poderosos hacia mujeres de su entorno o de fuera de él.

El pasado mes de agosto de 2019 el también magnate Jeffrey Epstein, fue hallado muerto en su celda de una prisión de Nueva York en donde se encontraba acusado de tráfico de menores. Según la Fiscalía, Epstein creó una red para abusar de decenas de niñas en su mansión de Nueva York, así como en otra situada en Florida, hace más de una década. Otro hombre poderoso atrapado por sus propios vicios y denunciado por mujeres que decidieron dar el paso y, de esa manera, llevarlos ante la justicia.

El caso de Epstein, además salpica a otro hombre poderoso que, al parecer, compartía orgías con él. Se trata del segundo hijo de la Reina Isabel II de Inglaterra, Andrés de York que, al parecer, ha sido apartado de la vida pública, precisamente por sus divertimentos con Epstein y que también ha sido denunciado ante la justicia por una mujer de la que abusó cuando era menor.

El «Me Too» todavía no había nacido cuando la camarera de un hotel denunció por abuso sexual, allá por 2011, al entonces todo poderoso Dominique Strauss-Kahn, por entonces Director del Fondo Monetario Internacional (FMI). Este nuevo escándalo por un tema de agresión sexual, le supuso a este tipo su salida del FMI. Veinte meses después de la denuncia se llegó a un acuerdo judicial con la víctima para evitar el juicio. El aparato del patriarcado se puso en marcha para desacreditar la voz de la mujer frente al poderoso y, al final no se llegó a impartir justicia para esta víctima.

Pero este no fue su último encuentro con la justicia. Años después, el patriarcado volvió a hacer su trabajo y la justicia francesa le absolvió de un delito de «proxenetismo agravado» al participar con formas rudas en orgías. Como vemos, todo un personaje que se justificó a sí mismo porque «lo hacía porque necesitaba «sesiones recreativas» mientras estaba atareado «salvando el mundo». Lo dicho todo un personaje… Más

Un año más….

         Como cada año, ya desde hace unos cuantos, mañana, 25 de noviembre, volveremos a conmemorar el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Y lo hemos de conmemorar por que ya son 90 las mujeres asesinadas solo en 2019 y hasta el 1 de noviembre pasado a manos de asesinos que pensaban que las vidas de ellas les pertenecían.

Las violencias machistas tienen como consecuencia última el asesinato de las mujeres e incluso de las criaturas, pero hay muchas maneras de ejercer dichas violencias y causar mucho dolor a las víctimas.

La trata y la explotación sexual son formas de ejercer esa violencia machista que de quiere normalizar con publicidad y un pseudo sindicato financiado por el lobby proxeneta para, de ese modo, seguir ganando dinero con sus actividades ilícitas.

La mutilación genital femenina condiciona la vida de millones de mujeres en el mundo a lo largo de toda su vida privándolas de placer sexual, al tiempo que produciéndoles enormes dolores en su vida cotidiana.

La perpetua «cosificación» de las mujeres que pretende situarnos en  un plano claramente de producto de consumo, también es violencia machista. La perpetuación de los roles heteroasignados tanto en la vida familiar como en la social o en la escolar y académica también es violencia machista y actúa sobre la vida de las mujeres de forma cotidiana y simbólica inculcando miedos a su propia libertad y a sus propias capacidades.

La revictimización que sufren las mujeres víctimas por parte de las instituciones que deberían protegerlas, es también violencia machista, puesto que, por ejemplo, la justicia sigue siendo patriarcal y permite el cuestionamiento de las voces de las mujeres víctimas. El caso de la violación múltiple de Pamplona es un claro ejemplo de lo que digo.

Las violencias machistas que se sufren también en edades más avanzadas y que condena a las mujeres mayores a vivir infiernos cuando deberían estar recibiendo el cariño y el afecto de los suyos y que callan en la mayoría de os casos por no verse en la tesitura de tener que denunciar a sus agresores después de toda una vida.

O las mujeres con diversidades intelectuales o funcionales que han de sumar a sus situaciones, las violencias de quienes creen que por tener otras capacidades pueden ser objeto de abusos y malos tratos.

Quienes niegan la existencia de las violencias machistas como forma específica de violencia contra las mujeres y las criaturas, están ejerciendo violencia puesto que lo que pretenden es diluir esas violencias machistas dentro del concepto genérico de violencia, negando su especificidad y necesidad de tratamiento específico para solucionar las vidas de las mujeres víctimas. Pero claro, para ellos y algunas ellas, las vidas de las mujeres carecen de valor.

Las grandes religiones monoteístas predican en sus libros sagrados las violencias contra las mujeres que no respondan al modelo de sumisión que ellos predican y, por tanto, tienen mucha responsabilidad en su perpetuación. Más

Victimismo no, denuncia

            Uno de los argumentos que el patriarcado, en cualquiera de sus formas, utiliza para intentar denigrar al feminismo es insistir en que se trata de un movimiento victimista. Con esta forma de actuar busca no sólo la crítica destructiva, sino también el que a mucha gente que es feminista le aturde o le asuste pasar a definirse como tal.

Una de las características más importante del feminismo es la lucha por la equidad entre personas, más allá de razas, religiones u orientación sexual. Y cuando hablo de equidad no se trata solo de igualdad. Como muy bien es sabido las mujeres de todas las razas, religiones u orientación sexual sufrimos situaciones denigrantes cada día simplemente por haber nacido mujeres. E incluso son otras mujeres quienes nos tratan mal en demasiadas ocasiones debido a su sumisión al patriarcado.

El hecho de que expongamos esas situaciones denigrantes ante la sociedad y reivindiquemos la equidad entre las personas se reviste de victimismos para de ese modo desacreditarnos e intentar silenciarnos.

Cuando no se es consciente de los privilegios de los que se goza, en demasiadas ocasiones no se ven ni perciben las situaciones que esos privilegios generan en el sometimiento hacia otras personas.

Lo define estupendamente bien la escritora, profesora y activista feminista italo-estadounidense Silvia Federicci cuando afirma «Que nuestro bienestar no se debe construir sobre el sufrimiento de otras personas», y, precisamente eso es lo que se está promoviendo por el férreo pacto entre el capitalismo  y el patriarcado. Construir y gozar de unos privilegios que proporcionan bienestar sobre el sufrimiento de demasiadas personas.

Desde el activismos feminista y social se observa como en cada momento y ante cada situación de ámbito planetario, las mujeres y las niñas son quienes se llevan la peor parte. Siempre y, para muchas personas esto no admite discusión. Sólo aquellos que obtienen beneficios de cualquier clase no son capaces de admitirlo. E incluso lo ven como algo «natural» y, por tanto indiscutible.

Ante la denuncia de esas situaciones salta la alarma y nos intentan acallar llamándonos victimistas, feminazis y otras lindezas. Pero no es más que otra estrategia para mantener privilegios a costa de situaciones de desigualdad y de temor a perder sus privilegios que de forma «natural» creen que les pertenecen.

Y no, no somos victimistas, somos conscientes, muy conscientes de que el bienestar patriarcal a todos los niveles se construye en base al sufrimiento de más de la mitad de la población mundial que somos las mujeres.

El patriarcado sigue construyendo un paradigma que permite naturalizar e incluso legalizar esas situaciones de inequidad y de sufrimiento. Y lo naturaliza de muchas maneras, incluso ganándose la complicidad de muchas mujeres que siguen ciegas a esas inequidades y al sufrimiento de tantas y tantas hermanas en el mundo entero.

Un ejemplo reciente y muy, muy suave es la reacción que se ha tenido por parte de la Real Academia Española de la Lengua cuando se les ha pedido que elaboren un estudio para que la Constitución tenga un lenguaje más inclusivo y que, por tanto, nos incluya de forma clara a las mujeres españolas. Hemos visto desde amenazas de dimisión hasta «peros» de todo tipo.

Y digo que es un ejemplo muy suave si lo comparamos con las estratagemas de todo tipo, sea con formas sutiles e incluso simbólicas o a las claras que se tiene para justificar las tropelías que se siguen cometiendo con las mujeres y las niñas y que pasan desde el asesinato antes de nacer cuando se comprueba que va a nacer una niña, la trata y explotación sexual, los asesinatos de mujeres por serlo, la pobreza sistemática a las que se las somete en algunos lugares del planeta hasta el hecho de utilizar sus cuerpos como campos de batalla. O sus decisiones también como campo de batalla al impedir que las puedan tomar incluso sobre sus propios cuerpos.

Todo lo que he expuesto, está ocurriendo en este mismo momento y en diferentes lugares del mundo. Y nada de ello es natural. Es obra de muchos siglos y doctrinas que lo intentaron naturalizar. Y lo siguen intentando. Pero cuando alzamos la voz y lo denunciamos como situaciones injustas y generadoras de mucho sufrimiento, somos feminazis, manipuladoras, victimistas, y un largo etc. Más

Días de duelo

            Comenzar el domingo pensando en que hay que volver a escribir sobre los asesinatos de tres mujeres en menos de cuarenta y ocho horas, os aseguro que no es plato de gusto. Pero el duelo por esta triste realidad se impone y no hay tregua.

Si, de nuevo tres asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas nos han golpeado estos días.

El cinco de julio en Madrid era asesinada de forma brutal M.J.A.A.[1] de treinta y siete años. Su asesino tenía una orden de alejamiento en vigor.

El seis de julio María Fuente de ochenta y cuatro años fue degollada por su marido en La Felguera (Asturias). El asesino después se suicidó.

El siete de julio Cristina M, de veinticuatro años fue apuñalada por su asesino a quien había denunciado y de quien estaba en proceso de ruptura. Deja dos huérfanas de dos y tres años. El asesino tenía orden de alejamiento.

Así se las juega el feroz patriarcado. Asesinándonos y ultrajándonos a las mujeres y a las niñas por haber nacido mujeres.

Y mientras la justicia, patriarcalizada por siglos de influencia judeocristina sigue a su ritmo y revictimizando a las víctimas supervivientes con estridentes preguntas y/o sentencias benevolentes con los asesinos y maltratadores.

El dolor es acumulativo. Lo sé por experiencia propia. Y también sé que por mucha sonrisa que se pueda exhibir en actos o eventos o simplemente en el trabajo, el dolor sigue corroyendo por dentro con cada agresión y con cada asesinato. Pero también con cada comentario que justifica las violencias de todo tipo. O con cada discurso de los de faldas largas y negras cada vez que se inmiscuyen en nuestras vidas. O con cada sentencia indulgente y, por tanto, justificativa de los malos tratos y vejaciones que sufrimos las mujeres por parte de sus señorías frufrús.

Todos estos personajes, junto con los inmorales que nos han gobernado los últimos seis años y que han recortado todo lo que podían y un poco más dejándonos todavía más indefensas, buscan que la culpa y el miedo se vuelvan a asentar en nuestros corazones y, de ese modo tenernos sumisas.

La culpa por vivir nuestra vida según nuestros propios códigos personales, por llevar la ropa que nos guste, por vivir como queremos y sin temerles. No lo soportan y por eso a la mínima ocasión reaccionan furibundamente con nosotras haciendo pagar a las víctimas de agresiones lo que ellos viven como un desafío a sus privilegios. Los de todos ellos.

El miedo, cuestionando nuestras voces e imponiendo las de los asesinos y agresores con sentencias y actitudes que en demasiadas ocasiones rozan el menosprecio incluso a nuestras vidas. Si se consigue imponer el miedo, la sumisión a sus dictados está garantizada.

Y lo hacen poco a poco, lentamente para que de ese modo tanto el miedo como la culpa y, por tanto el respeto al sistema sea naturalizado y nuestros discursos feministas sean ridiculizados, incluso por voces femeninas en las que ellos se apoyan. Más

Yo sí te creo!

            Esta semana ha quedado visto para sentencia el juicio contra los cinco malnacidos que violaron a una joven en Pamplona en las fiestas de los sanfermines del 2016.

Como hemos visto, los abogados de la defensa han utilizado todo tipo de estratagemas para desviar la atención mediática de sus clientes y hacerla recaer sobre la víctima, cuestionando como siempre, su verdad. En este caso la cuestión iba sobre el consentimiento o no a esas relaciones sexuales y sobre si hubo o no intimidación.

He de reconocer que leyendo algunas informaciones sobre esta estrategia me he planteado hasta qué punto está instalada en nuestro espacio simbólico colectivo la idea de que en el espacio público quien tiene la última palabra son siempre ellos.

Me parece muy cuestionable la deontología profesional de estos letrados al utilizar los argumentos que han utilizado, pero ellos sabrán los motivos. Lo que tengo muy claro es que la víctima, que ellos revictimizaron en el juicio, no creo que les pueda perdonar. Yo no podría hacerlo.

Pero sobre lo que hoy quería reflexionar es sobre la responsabilidad que tiene ahora el tribunal que ha de dictar la sentencia. Y lo digo en varios sentidos.

Si absuelve a los violadores de la manada, a esos malnacidos cretinos, estará dando carta de naturaleza a quienes entienden que violar a mujeres y niñas es algo implícito a la condición de hombre y que va mucho más allá del deseo sexual. Se trata de la máxima expresión del sometimiento de las mujeres a manos de cualquier hombre. Es una peligrosa manera de entender la masculinidad y, por ello habrá que analizar con lupa esa sentencia y no sólo en los términos jurídicos, sino también en términos sociológicos y, por supuesto, con las gafas moradas puestas.

Además si se cuestiona la verdad de la víctima, el tribunal seguirá aplicando la máxima de la falta de equidad a la hora de creer a mujeres y hombres por igual. O sea que dará por buenos los mitos existentes sobre las verdades de voces de las mujeres. Y esas verdades siempre son cuestionadas porque el patriarcado así lo ha impuesto.

Si estos dos argumentos no son ya de por sí delicados, queda también el del impacto social, puesto que al ser un juicio tan mediático se han puesto en evidencia temas como lo que puede o no ser el consentimiento de las relaciones o lo que puede o no ser intimidación.

¿Se imaginan ustedes una situación inversa? Que sean cinco mujeres jóvenes y vigorosas las que hubieran acorralado a un joven solo en un portal y le hubiesen obligado a realizar algunos actos a los que él no dice no porque se siente intimidado, pero queda hecho una piltrafa cuando ellas, ya satisfechas de su felonía, desaparecen.

¿A que cuesta de imaginar?. Y cuesta de imaginar porque, pese a todos los avances conseguidos en materia de igualdad, el patriarcado sigue manifestando todo su poder en todos los ámbitos. Y el de los excesos en la calle es uno de ellos.

El sentido de la posesión, el de invencibilidad, el de «me apetece, lo tomo» sin mesura, etc. son algunas características de este tipo de malnacidos que abusan de todo. Ni imaginarme quiero al miembro de la manada que es guardia civil y que tenga que acudir a defender a una mujer que haya sido agredida por su pareja. En qué situación puede quedar esa señora… Más

La negación de quien tiene los privilegios

Día tras día asistimos a espectáculos negacionistas del fenómeno de las violencias machistas por parte de gente que está en las instituciones o de gente anónima. Gente que, a la más mínima, saca a pasear argumentos del tipo «la maldad humana», «había bebido», «ella ejercía violencia psicológica sobre él», «son muchas las mujeres que también utilizan violencias sobre los hombres» y así un largo etc.

Y un claro ejemplo de lo que digo lo podemos encontrar en algunos (deleznables) artículos que cuestionan desde la raíz la terrible realidad que viven tantas mujeres. Podría compartir alguno de esos mezquinos textos, pero no quiero darles ninguna publicidad a quienes niegan, con argumentos falaces, estos horribles hechos.

Con estas actitudes y otros argumentos solo se busca una cosa; tratar de justificar a los agresores minimizando los daños y por tanto mantener el actual orden de las cosas, justificando a los maltratadotes e incluso a los asesinos y volviendo a culpabilizar a las mujeres de su propia situación.

Y entre la gente que justifica cualquier abuso y maltrato están los de las faldas largas y negras y todos sus correligionarios sean hombres como ellos e incluso mujeres. También entre las gentes de los “fru frús” hay buenos especimenes de esta calaña.

Pero esa estrategia seguida por este tipo de gente negacionista y que no se atreve a condenar abiertamente los actos de violencias machistas, es la estrategia de quien tiene los privilegios y no los quiere reconocer.

La vieja pretensión de negar nuestras verdades y nuestras voces de mujeres es algo que nació con la leyenda de Eva y la manzana y que se arrastra hasta hoy gracias, como siempre, a los de faldas largas y negras que ven la perversidad y la mentira que siempre van de la mano de las mujeres. Ese eterno cuestionamiento de nuestras verdades es algo que se arrastra socialmente y que sigue interesando, de forma clara, al más rancio patriarcado, Aún hoy, en los albores del siglo XXI, sigue ocurriendo, mal que nos pese. Y sus voceros lo intentan encubrir, pero se sigue notando mucho cuando tienes la «mirada violeta» un poco entrenada. Y lo siguen intentando cada día. Y lo que es peor, lo van consiguiendo en algunos ámbitos, con la ayuda inestimable de los «fru frús»  y de alguna gente de la esfera política del PP.

Negar la evidencia, ponerse la venda en los ojos para no reconocer que las violencias que se ejercen contra las mujeres y las niñas lo son por el simple hecho de ser mujeres, es alimentar al patriarcado asesino.

Cada vez que se niega la desigualdad aún existente entre mujeres y hombres, se le está dando carta de naturaleza a una situación similar a la del esclavismo. Y, a pesar de que la comparación pueda parecer escandalosa es, esencialmente la misma: la dominación de un grupo con privilegios sobre otro grupo que no los tiene.

Y, aún hay otra coincidencia; los que defendían la esclavitud consideraban que esa situación era «natural», desafiaban a quien lo cuestionara y, incluso negaban la posibilidad de liberar a la gente esclava a la que consideraron «naturalmente» inferior. Más

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Alicia Murillo Ruiz

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